Una Estrella
entre las Mariposas
A un niño llamado
Jairo
LA HISTORIA
DE UN GRAN PINTOR ANONIMO
NOVELA BREVE
ALVARO CRISTANCHO TOSCANO
*
**
***
ALMA
EDITORIAL
La nueva era del Arte y la Literatura
LOS LIBROS EN LA RED
Lo hallaron dentro de una cajita de cartón abandonado
en el atrio de la iglesia de El Perpetuo Socorro al salir de la Santa misa.
'Acabado de nacer'
Envuelto en ropas ligeras empapado de sangre y líquido
amniótico dentro de una cajita de cartón la hipotermia amenazaba con matarlo. Nadie se percataba de su existencia. ¿Quién
tuvo tal corazón para abandonarlo en esa forma?. Corazón de madre el de aquella que dejó a su propio hijo en la entrada del
templo. Tal vez la gente lance improperios en su contra sin saber de la suerte de la infeliz en esa hora en que lo dio a luz.
Posiblemente no sea ella la culpable. Sí, la partera que lo recibió. ¿Si no fue ella, entonces quién?. ¿La abuela de corazón
infame y contra la voluntad de la progenitora lo llevó hasta ese sitio concurrido
para que lo encontraran y de algún modo salvarlo a sus espaldas?. ¿Culpable la madre del crío?. ¡Vaya conjeturas para dar
con la verdad sobre los acontecimientos!. Averiguaciones al azar en la angustiosa necesidad de cotejar historias con tal de
encontrar verdugos o culpables. Es posible que haya sido burlada en esa hora
de dolor y de angustia al parirlo. ¿Apellidos en juego?. Casos se han visto en familias bien, esconden a sus hijas preñadas en hogares destinados a mantenerlas en secreto mientras dan a luz. Argumentan.
Salieron al extranjero a terminar sus estudios. (mientras crece la criatura). -Madres solteras-.
Otras menos escrupulosas
regalan a escondidas de la tierna madre a esos nietos. "Su hijo ha nacido muerto". "Aconsejable no verlo". "Te destrozaría
el alma". "Ahórrate mirarlo para que no guardes la imagen de lo que llevaste dentro durante siete o nueve meses". Pretextos
similares para conservar apariencias. Hijos e hijas dejados al cuidado de nodrizas para amamantarlos/as y verlos/as desde
la cuna. En el mayor número de casos las hacen abortar. Engaños y mentiras desde el embarazo mismo.
¿Fue el padre de la criaturita
desalmado y cruel obligó a su joven amante abandonarlo en silencio?. -Nada descartable. - ¿La cobardía de la madre para sobrellevar
el peso de toda culpa encima?. -Haber quedado embarazada de manera indeseada y no pudiendo abortar por extrañas circunstancias
avocada a parirlo?.
Todas las versiones al fin
de cuentas encajan con la intención deseada 'lo que ha de ser para este mundo no tiene revés alguno'. "Está vivito y eso es lo que interesa. Lo pasado al pasado, lo del futuro
no ha llegado ...el presente debe ocuparnos, mírelo como tiembla de frío". Fue todo lo que pronunciaron esos labios henchidos de sopor encogida de hombros tomada del brazo de su esposo. Habían contraído matrimonio la semana anterior. El acento
campesino delataba su procedencia. "Llevémoslo a casa". Sin quitarle de encima
los ojos al niño, en voz alta para que la escuchara su marido. "Está bien. Es un regalo de Dios, muestra que seremos bendecidos
con muchos hijos". Sin más comentarios le respondió el joven esposo. Ella lo
arrulló entre sus brazos con gran emoción. Caminaron a prisa hasta la otra calle para tomar un taxi que los condujera hasta
su casa.
La criatura sintió abrigo
maternal y se aferró al cuerpo de la joven esposa. Él, inquieto no dejaba de mirarlo para enterarse que respirara sin dificultad.
No volvió a llorar, apenas apretaba sus párpados gelatinosos y la orbita de sus ojitos miraban al derredor de la cavidad recubierta
por la tela delgada bordeada de encrespadas pestañas. No había abierto todavía los ojos para ver la luz del día.
En la constante espera apareció a media máquina
un taxi color negro de capaceta amarilla -escaseaban por la época- no eran demasiados
en las calles bogotanas. El conductor detuvo la marcha frente a la pareja. El hombre junto a su mujer asiéndola por la cintura
la condujo hasta el interior del auto público. Mostrábanse confundidos. El taxi se puso en movimiento. Durante el recorrido
los ocupantes pudieron ver en una esquina un aviso luminoso: "Bebes y bebitas todo para su niño". Sintió salírsele
el corazón, de modo repentino exclamó: "Por favor señor taxista deténgase unos minutos aquí frente a este almacén, ahí puedo
comprarle a mi bebé algunas cosas que le hacen falta". Exaltado con voz ronca y movimientos toscos a punto de desbaratar el
apoltronado cojín, sacudió al viento su mano agitándola como un pañuelo en dirección de la cabeza del conductor que se mostraba
distraído -pero no lo estaba- comprendió la urgencia de su cliente y de inmediato colocó las luces de parqueo y se aproximó
al andén. El joven saltó como quien se apea de un caballo brioso, abrió con presteza la puerta del Chevrolet modelo 45 e ingresó
al almacén. No tardó en regresar cargado de paquetes, jabones, aceites, fragancias, delicada tela para pañales y una cobija
grande de color azul. "Ahora sí. Sigamos". El taxista encendió el motor para continuar prestándoles el servicio en busca de
la dirección previamente anunciada. En menos de un cuarto de hora estaban frente a la casa marcada con la nomenclatura sobre
el dintel de la puerta principal. La vivienda de un solo piso se veía nueva:
amplio antejardín sembrado de geranios bien cuidados repletos de macetas de colores vivos, rejas pintadas negro mate de modo impecable, fachada de ladrillos cocidos a la vista, tejas de barro importadas y un arco
bordeando la puerta de entrada. Se bajó antecediendo a su consorte y corrió a
abrir la puerta para que pudiera hacer lo propio. Ella seguía tan nerviosa como en el preciso instante en que lo halló tirado
en la puerta de la iglesia, lo arropaba pegándolo más a su pecho. La criaturita rendida de padecimientos yacía confortada
en esos tibios brazos casi maternales. "Un momento señor". Sacó de su bolsillo la billetera con olor a nuevo de genuino cuero,
la abrió de par en par y esculcó entre sus secretos las monedas para cancelarle al hombre de saco azul y kepis su paga.
Arrancó el vetusto Chevrolet
modelo 45 por entre los otros carros y volteó en la esquina a la derecha en dirección oriente como buscando los cerros que
imponentes bordean a Bogotá. -Que Dios les conserve esa criaturita- fue el saludo
de despedida del taxista echándose el kepis hacia adelante sin dejar de preguntarse acerca de esa actitud extraña observada
en silencio en tan joven pareja. ¿Lo habrían robado en alguna clínica?, no era normal el conjunto desarmonizado poco usual
de los movimientos para con la criatura ni el tipo de conversación que traían en cuanto discutían acerca de la personita en
sus manos. Quiso dar aviso a la policía pero de inmediato se llenó de temores y resolvió no hacer nada con tal de evitarse
problemas para no verse envuelto en interrogatorios muy seguramente enredado en serios líos judiciales, declaraciones, citatorios;
-Mejor seguir como ciudadano insolidario- darse por desentendido. Para qué protagonismo
nada conveniente a su oficio. Sintonizó la emisora de noticias sin que durante la transmisión se escuchara mencionar
nada parecido a sus conjeturas. Pasaron los días y echó en olvido el asunto.
La ciudad siguió apacible
y tranquila poco ruidosa sin contaminación ni enormes edificios, los típicos cachacos atravesaban sus calles sin premura con
sus paraguas en el brazo, su sombrero de pana y sus vestidos almidonados. La Bogotá
romántica y fría de unos novecientos mil habitantes, transcurría la década de los años sesenta.
Qué difícil ejercer la caridad
para tranquilizar la conciencia cuando se anda de luna de miel. Cómo cambia la vida y los planes. Impide darle rienda suelta
a la práctica de las emociones en pleno casamiento, las bienaventuranzas en esos ataques de generosidad se hacen inevitables.
¡De haberlo sabido!. ¡Ni modo!, ya era tarde y estaban los tres compartiendo el mismo techo acariciando esa alegría inocente
cual fruto de su amor. -Pero no
era su hijo-. En fin, ser o no ser a la vez sonaba como lo mismo. Ya lo habían
encontrado y asumido en medio de semejante confusión.
Consuelo felizmente casada
y apegada a su huésped no dejaba de inquietarle de cómo hacer para proveerle de los cuidados necesarios sin saber de cuántos
desvelos demanda un bebé en sus primeros días de nacido enredada en los oficios,
no lograba desenvolverse ni rendir conforme el pequeñito exigía.
Él, tan joven como ella
apenas comenzaban a experimentar su vida de pareja ni siquiera sabían cómo hacer para procrear a sus hijos y ya estaban metidos
de cabeza en la crianza de uno al que no habían esperado. En ellos se cumplía el cuento: "A los niños los trae la cigüeña
en su largo pico anudados en un diminuto pañal blanco desde muy lejos".
No lograban acomodarse a
la situación de criar a su pequeño, debieron acudir a sus padres 'abuelos de
la noche a la mañana'. -Que sean tus padres. Dijo ella. -Están en mejores condiciones-. Daniel aceptó.
Alistaron maletas para irse
a visitar a sus padres residentes en las afueras de Sasaima. Viajaron con el
recién nacido en un bus desde Bogotá hasta el aparte, a unos nueve kilómetros antes de llegar al pueblo de Sasaima, en la
curva empinada donde el peralte de la carretera descendía por entre escarpados suelos bordeando el pinar que se pierde por
entre cerros y serpenteados senderos. Abajo el río Sasaima se descubre ante los
ojos de los viajeros. Daniel y Consuelo, lo divisan por la ventanilla del bus. "Debemos atravesarlo dentro de veinte o treinta
y cinco minutos que nos tomará estar en sus riberas. Nos estamos aproximando al aparte, allí debemos bajarnos para tomar el
camino de herradura que nos llevará hasta la finca de mis viejos". Le dijo Daniel en voz baja a Consuelo.
...Aquí por favor en la
curva puede dejarnos poniendo en preaviso Daniel al ayudante del bus modelo 55, un
Ford de color rojo con rayas horizontales azul intenso, otras intermedias de
color ocre. El conductor colocó sus pies sobre el clusch y el freno. De ipsofacto
la máquina se detuvo ante la maniobra mecánica del chofer experto, de aspecto rechoncho de pelo aindiado y de Tes. oscura.
La tierna madre adoptiva sostenía sobre sus brazos a la criatura profundamente dormida. Daniel cargado con los maletines repletos
de pañales, teteros y tarros terciados en su hombro y en su mano derecha tomada por la cintura su esposa cuidadosamente.
Se dieron prisa para bajarse
del bus. Una vez en tierra, siguió cuesta abajo llevándose el ruido envuelto en una nube de polvo con olor a demolición. Ellos
se recostaron junto al barranco para arreglar y distribuirse el equipaje. Sin descuidar al niño. Estiraron sus extremidades, bostezaron como matando al diablo. Daniel sonrío y Consuelo por su parte hizo exactamente
lo mimo al comprender de sus coincidencias.
El sol cómplice los acompañaría
durante todo el recorrido de singular aventura bajado en ráfagas de calor luminoso desde lo alto hasta estrellarse sobre sus
espaldas por ser la hora de media mañana. El tiempo a su favor congraciaba a
la pareja y al crío. Emprendieron la travesía con sus intenciones de llegar a la hora de almuerzo a casa de los padres de
Daniel.
Dos horas quince minutos
después entre descansos prolongados y saludos inusuales con los campesinos se encontraban próximos a llegar a la finca, esas
leves interrupciones en la caminata les proporcionaban descansos merecidos en la velocidad de la marcha lo que les permitía
descansar para retomar fuerzas y continuar la jornada.
Iban por entre potreros y cañadas felices, encantados con la presencia inocente del niño. Entre chistes y conversaciones
amenas propia de enamorados que se encuentran la suerte a su paso. Llegar a casa con tan buenas noticias a sus padres y suegros
-dichosa sorpresa- ¡hermoso regalo!.
Pronto alcanzaron la cúspide
del montículo elevado y desde allá divisaron la casa de sus viejos afuera se percibía el movimiento de personas dedicadas
a los quehaceres propios demandados en la finca, algunos extendiendo café en el patio que él había ayudado a construir hacía
siete años, otras cargando en sus manos vasijas con agua hasta el desbabadero del exquisito grano. En el patio gallinas cerdos
y en el corral el caballo de Daniel pastando cerca a la ramada de ordeño.
Tomaron la planada para
atravesar los potreros que están junto a la casa. Sus corazones latían desbocados de alegría, risas y pequeños saltos como
trenzando rondas infantiles. La criaturita, ahora en brazos de Daniel, ahora
en los de Consuelo sin que el sueño perturbaran, -seguía sin inmutarse-. Su rostro sonrosado denotaba complacencia.
Los perros notaron la presencia
de Daniel y comenzaron a latir hasta el punto de alertar en la casa su llegada. Pronto salió doña Carmen madre de Daniel a
mirar por encima de los matorrales que están junto al camino. -Son ellos-, gritó. ¡Qué bendición de Dios!, yo si dije que
esos remolinos de viento en la candela desde ayer me decían que hoy tendríamos visita y los colibríes que llegaron esta mañana
a darle vueltas a la sala rondaron por toda la casa me confirmaron su llegada. ¡Estaba segura que vendrían!.
No tardaron tres minutos
en pisar los umbrales de la casa rodeada de jardines bien crecidos, veraneras, palmeras, cayenas y el añoso palo de rosa recubierto de hojas nuevas después de la poda con capullos y aromados pétalos algunos
sin abrir siquiera.
-¡Hola hijito como te fue
con todo lo de tu boda!. Se abalanzó a envolverlos con sus brazos. Primero a su nuera Consuelo y al soltarla estrechó con igual saludo maternal al querido de sus entrañas
Daniel. Lo apretó contra su pecho: -¡No me digas que ya tienen heredero! o eso...es para hacerme una broma... Daniel se le
adelantó cortándole la intención sin que ella pudiera aducir sobre lo que contenían
los pañales. ¡Este es un niño de verdad no es ninguna broma, mamá!. ¡Míralo es hermoso tiene los ojitos verdes claros como
ese claro que está allá en los potreros. Se le humedecieron de alegría los ojos a doña Carmen,- ¡Pero hijo!, ¿de quién
es ese niño?. Ya verá madre, y comenzó a narrarle emocionado su relató.
"El día de la virgen del Carmen fuimos con mi amor a la santa misa y cuando salíamos a la procesión lo escuchó
llorar entre el tumulto, si viera mamá, estaba dentro de una cajita de cartón abandonado. Quién iba a imaginar que estaba
ahí tirado en el suelo junto a la puerta de la entrada de la iglesia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro en Bogotá. ...bueno,
dentro estaba guardado y al acercársele un poco más se dio cuenta que ahí había una criaturita recién nacida, se detuvo a
escuchar su llanto, mamá y sin decirme nada se mantuvo inmóvil como una roca, bajó su cuerpo hasta el suelo y se apoderó de
la cajita, ¡madre cuál sería la sorpresa!, ahí estaba metido este niñito; dentro cascaritas de naranja lo cubrían por todo
el cuerpecito, la multitud empujaba para abrirse paso y seguir en la procesión de la virgen y adelantarse mientras ella en
medio de ese río humano se sostuvo y me indicó con un gesto usual de hacernos a un lado mientras pasaba la fervorosa turba.
Como pudimos la cubrimos debajo del pañolón de Consuelito. Nos fuimos al otro lado de la calle para destaparla completamente
y poder mirar bien de qué o quién se trataba a solas y de cerca, no fuera a ser que se nos muriera en nuestra manos y nos
metiéramos en un problema inesperado, pero gracias a Dios resistió hasta que lo sacamos y lo examinamos detenidamente. Temblaba
de frío amoratado y gélido como un sapito ...así fue como lo encontramos. No le hemos dicho de esto a nadie porque imaginamos que nos podemos meter en serias
dificultades. Pensamos criarlo y ... "
Doña Carmen le interrumpió
su buen propósito para con el recién nacido abandonado. Al ver la sinceridad de corazón y la verdad en su relato. -Eso estuvo
muy bien hijito, ni más faltaba, hacer semejante obra de caridad con ese criaturito. Dios nos ayudará a criarlo, vaya acuéstelo
en la cama de nosotros mientras vemos como hacer con él. Su papá está por el
pueblo y no tarda en llegar, se va a poner muy feliz cuando los vea y, si le contamos todo,
ese hombre va a saltar de contento. Pónganse cómodos mientras les arreglo almuerzo, traerán hambre mis criaturitas.
-¡Así es madre!.
Grande asombro causó a la
señora cada palabra pronunciada por su hijo y mirándolos fijamente a sus ojos trataba de esculcar en sus gestos la ilación
narrada. Sin más cuestionamientos optó por creerles la historia. Allí en corrillo se amontonó la familia completa a escucharlos.
Desde ese día de julio se quedó con su familia aceptado como un miembro más de los Pinzón.
Dejado a los cuidados de sus viejos. Debieron regresar a Bogotá esa misma tarde después de almorzar y descansar un
poco sin que se hubieran encontrado con su padre. Antes de caer la noche estaban entrando a la ciudad.
El niño creció tenido por hijo mayor de don Daniel
Pinzón y de doña Consuelito Paredes. Bajo la tutela de ellos se formó. La abuela y el viejo bonachón lo querían como a su
propio nieto. El criaturito sobresalía con ingeniosidad y talentos nada comunes. Precoz
e ingenuo a la vez como son los niños y niñas. A veces sonriente, otras, tímido e hiperactivo. Desobediente, cariñoso
extremadamente afectivo, desconcertaba su comportamiento y modales. Sus ojos verdes su Tes. oscura y cabellos ensortijados
dejaban ver la sangre que llevaba en sus venas distinta a los demás campesinos nada parecido a los Pinzón. Descalzo y vestido
conforme se vive en el campo. Modales acorde a los aprendidos de sus protectores. Crecía sin conocer la escuela sin saber
leer ni escribir dedicado solamente a los oficios propios de la finca: aprontar la leña para cocer los alimentos, pañar café,
sembrar yuca, plátano y pescar en el río como era la tradición de crianza en la vereda, así se habían formado la camada de
hijos e hijas de don Darío y doña Carmen.
Criado en los campos, andaba
libremente como quisiera por entre los potreros, los caminos de herradura y nadando en los ríos. Solía ahuyentarse por horas.
En una ocasión permaneció ausente de la casa dos días completos aprovechando que sus abuelos habían viajado a visitar a sus
padres putativos a Bogotá. El pequeño aprovechó para pegarse sus buenas panzadas de
terrón, adicción imperdonable,
pese a las advertencias y castigos recibidos. Desde muy pequeño tuvo la manía de
comer
tierra. Hacía caso omiso de los regaños constantes que por ese motivo doña Carmen
y don Darío debían reprenderlo.
Todo marchaba conforme las
costumbres campesinas hasta que llegaron sus abuelos de visitar a sus hijos. Corrieron a darle las quejas sobre el entenado,
"muy malas noticias les tenemos". Le contaron de las andanzas del chicuelo. La
abuela adoptiva no soportó escuchar acerca de la conducta reprobable "¿Cómo así escaparse a comer otra vez terrón, a quién
le aprendió eso niñito malcriado? ninguno de mis hijos tiene esos vicios tan
asquerosos, con razón no es hijo mío, ...ni que nieto, ni que familia mía puede
ser este muchachito lleno de mañas". El niño se quedó mirándola y le dijo "Mamá
yo no vuelvo a comer tierra pero no me vaya a castigar otra vez". Ella iracunda olvidó la responsabilidad para con la crianza de su "nieto" y se dejó llevar de la calentura
en su cabeza y le advirtió energúmena. "Que mamá ni qué mamá yo no soy su mamá usted no es hijo mío, a usted lo encontraron
tirado en una caja de cartón en Bogotá, vaya uno a saber que sangre lleva este pendejito". El niño se echó a llorar a sus
faldas y ella lo retiró de un empellón contra el suelo, desconsolado por los ultrajes no paraba de sollozar sin asimilar del
todo las palabras acompañadas de esos gestos acostumbrados de repudio que venía recibiendo. Dejó caer la noche y emprendió
la huida por un camino conocido sin saber a ciencia cierta a donde llegaría a esa hora si estaba cayendo el día y llegaba
la noche. -No iría en efecto demasiado lejos- aunque el pequeño creyó haber atravesado
el mundo. Rendido de cansancio se recostó en la pata de un árbol frondoso y estirado largo, largo en una de sus raíces se
quedó profundamente dormido. Sobre esas hojarascas secas sin prevención ni miedo. El cansancio lo dejó como privado. Los insectos, zancudos y mosquitos hicieron festín aferrados succionándole sangre con sus punzones
diminutos alargados. Garrapatas y mismices lo invadieron por todo el cuerpo.
Hacía calor. Aún dormía
profundo hasta después de salir el sol, era la media mañana se despertó desesperado frotándose con sus pequeñas manos la cabeza.
Se pasó los dedos por los ojitos y se sintió abandonado y comenzó a sollozar desconsolado. Se incorporó y sacudiose con la
palma de sus manos, miraba en derredor tratando de ubicarse y de recordar por qué había llegado hasta ese paraje. Se volvió
a pasar las manitas por todo el cuerpo tratando de rascarse en cada puntito agujereado por los mosquitos, el escozor aparecía
por todo el cuerpecito como nudillos que le producía mayor desespero al tocarlos con su uñita filuda. Quiso recordar el camino
más tratando de rehacer el recorrido trazado desde la noche anterior, vio el
rastrojo trochado y se devolvió por entre ese matorral mullido. Decidió
devolverse por la senda de sus mismos pasos en dirección de la "casa paterna". Los obreros lo vieron cruzar el potrero sin
que hicieran caso de su presencia, había vuelto lleno de mayor incertidumbre y nostalgia. El mundo se le había acabado sin
saber porqué, dónde ni en qué hora. Las palabras de la abuela le retumbaban en
los oídos, pensó en devolverse para el potrero mientras que le seguía a escondidas uno de los obreros el más enterado de su
desaparición repentina. -El menor no se daba cuenta- El jornalero resolvió alcanzarlo
para alertarle del castigo merecido por haberse fugado de la casa. Lo tomó por el bracito y lo condujo a donde se hallaba
la abuela Carmen enardecida de ira. Con voz chillona y en tono burlesco le anunció la tunda que la abuela le tenía preparada.
-Buenos días Doña Carmen-. Fue el saludo del perverso obrero, le dijo: aquí le traigo al perdido. Lo entregó a la abuela quién
de inmediato lo tomó con sus manos regordetas por una orejita y se la retorció con enconado apasionamiento de sevicia y lo
llevó hasta adentro para corregirlo a su usanza de nuevo.
Los días se volvían insoportables
para él y para ellos. Una tarde lo castigaron como era frecuente fuertemente
y profirió don Darío una expresión que nunca había escuchado antes: BAUTIZO. -¡...eso es lo que le hace falta al mocoso rebelde
éste! - ¡Bautizo!-. Reafirmó la abuela Carmen. Más sin comprender de que se trataba sintió que era algo así como la misma
muerte la que le anunciaban para colmo de sus acentuados castigos. Atemorizado y espantado por esas palabras quería que la
tierra se abriera y se lo tragara preferiblemente a tener que esperar el 'tal Bautizo'. Pensaba : "¡Ojala y no llegue ese
señor ...Bautizo!, ...se pierda de camino y se vaya a otra parte y no me encuentre".
Para colmo de males le hablaban
del demonio, del mal genio, del comportamiento indeseable y toda esa carga de cosas malas que le atribuían, y de inmediato
las iba asociando con el Bautizo. Escuchar esa expresión era como escuchar el estertor de todos los demonios juntos que venían
a llevárselo por orden expresa de los abuelitos.
El niño seguía creciendo
sin nombre, ni apellido. Cuando necesitaban referirse a él, simplemente le decían: 'el chino de las mariposas'. ¡ole!, ¡hola
chino!, ¡chinito!, ¡venga! ¡vaya! ¡tome!
¡déme! ¡haga...!. Despreocupados con el huerfanito sin que les interesara
del todo cumplir con su derecho innegable de darle un nombre. Importante derecho de los niños y niñas en todo el mundo tener
un nombre y un apellido. El, aún no lo tenía a sus ocho años. No sabían como llamarle. Ocultándole toda la verdad, pero quién
debía referirle toda la realidad de su procedencia. ¿Contarle parte de la verdad?, ¿verdades a medias para no traumatizarlo
más?. La salida salomónica: llevarlo al cura de Sasaima para que él, se la dijera
completamente y descargar así el peso de sus conciencias, bautizándolo ¡claro!, de paso le darían un nombre y un registro
en los libros asentado en la partida de bautismo. ¡Eso está bien Carmen el domingo
lo llevamos a que conozca el pueblo y matamos dos pájaros de un sólo tiro!. Le ratificó don Darío a su esposa.
Así lo hicieron. Llevaron
al niño de ocho años al pueblo. Le mostraron las torres de la iglesia y entraron en el despacho parroquial. Narraron en detalle
toda la historia al octogenario cura de la procedencia del pequeño abandonado. "Jaime del Carmelo del Monte" dijo el párroco
se llamará. Después de escuchar a don Darío y a doña Carmen con detenido entusiasmo. ...Y así fue. Buscaron los padrinos y
le dieron algunas lecciones del catecismo del padre Astete.
Regresaron al campo cargados
de buenos propósitos y organizaron todo lo del bautismo del niño 'Jaime del Carmelo del Monte' A sabiendas que ese término
lo atemorizaba y le erizaba los pelos. -Bautismo- sinónimo de muerte para Jaimito como empezaron a llamarlo.
Llegó el día de la celebración
del dicho sacramento. Bajaron todos en familia al pueblo se dirigieron a la Iglesia con padrino y madrina, lo pasearon
por los almacenes de Sasaima. Le midieron zapatos, pantalón y camisa y el muchachito se sintió a gusto con el estreno y por
los halagos que le hacían sin imaginar que era por estar en el camino de hacerlo cristiano. Lo llevaron a la hora de la ceremonia
y don Darío le dijo al sacerdote aquí estamos ya con los padrinos de Jaimito. A éste muchachito es al que tenemos que Bautizar.
Y en cuanto escuchó esta expresión y vio al hombre octogenario vestido totalmente de negro calvo y grandote, se echó a correr
por entre la gente y a poco no lo encuentran, tuvieron que ir tras él para atraparlo y llevarlo hasta la iglesia y bautizarlo
a la fuerza. El cura párroco ahondó en explicaciones a los presentes "Del Carmelo
por haberlo hallado abandonado el día de la virgen del Carmen. ...del Monte por
lo que me contaron que se la pasa solitario por los montes cazando ranas, saltamontes, matando mariposas y trepado por los
árboles comiendo de sus frutos que poco gusta de la comida de sal preparada en casa; las hojas verdes, las flores y la tierra
es su alimento preferido para llenarse la panza... y porque dura días enteros con sus noches perdido entre los matorrales".
¿Verdad Jaime? Dirigiéndose al niño sin quitarle de encima sus ojos gruñones de intrincado ceño vehemente.
El pobre Jaime del Carmelo
recién bautizado no podía comprender por qué "la muerte tan vieja vestida de sotana negra" le echaba agua, le regañaba mientras
le untaba manteca de olor extraño con esos menjurjes en el pecho la frente y las manos con retahílas en un idioma extraño
al que llaman latín. Se sentía atado al mismo diablo, sujetado por manos poderosas como cadenas de hombres fornidos y uñas
de mujeres enterradas en sus debiluchos brazos quienes le decían estrujándolo: "déjese bautizar vergajito del diablo que nosotros
somos sus padrinos". No veía la hora en que lo acabaran de preparar para darle
muerte, creía que esa señora vestida de negro con cara de hombre bravo era don sata del que tanto hablaban los jornaleros
antes de acostarse en esas noches oscuras sin luna ni estrellas. ¡Palidecía y la sudoración empapaba su faz! apretados los
diminutos labios de susto frente al patíbulo mismo condenado sin causa alguna por esos infames abuelos. Se nublaban sus ojitos
trayendo a su mente inocente las voces de terror a capela pronunciadas por el diablo, percibía el olor de grasa de chivo hediondo,
huesos de muertos le atravesaban las sienes al mirar los lienzos colgados en las paredes del templo; hombres de cabezas rapadas con diademas de escaso pelo que les decían san
con calaveras en las manos, mujeres que les decían 'la virgen' con culebras
enrolladas en los pies descalzos. Hombres de piernas rollizas con escudos y espadas dispuestas para atacarme, niñitos empelota
con alas dispuestos para cargarme sin saberse a dónde, enchipados de bejuco con grandes espinas en las cabezas de largos cabellos
con rostros barbados de hombres desnudos colgados de cruces enormes, el humo
de una vela gigantesca, recuerdo le decían santo
cirio repleto de agujas y clavos con cabezas de una extraña masilla como
esa que la abuela le coloca a la foto de mi abuelo y esconde en el armario con llave. Escrito por todas partes con letras
rojas de molde. Lo asimilaba con el espiral del tabaco que fuma don Sata. Y esos olores repugnantes le hacían sentir el hervor
del aguardiente rajaleña que destilaba el abuelo con guarapo fermentado. Menajes en viandas metálicas llevados por niñitos
con faldas blancas hasta el suelo como mortajas de almas en pena.
Terminaron el rito y el
cura dijo en latín Pax in Dei. Y como alma que lleva el diablo el peladito volvió a escapárseles aprovechando el descuido
de sus padrinos mientras lo soltaron para persignarse, ahí si no pudieron aprehenderlo por la habilidad y agilidad desarrollada
con la que pudo escabullirse burlando a todo el mundo, -no quería que lo mataran-, ese era su fatídico presentimiento. Corrió hasta que tuvo la edad de doce años. Huyéndole
a la muerte ...a esa señora de faldas negras tan largas con cara de hombre gruñón que siempre imaginó lo hallaría en alguna parte, por eso fue a parar al bosque
espeso, se internó en los montes para vivir en soledad con la naturaleza.
Un buen día salió hasta el potrero de enfrente sin
dejarse ver de nadie, algo debió pensar fijamente porque tomó camino sin destino hasta caer rendido de cansancio entre un
pastizal, allí pasó la noche y gran parte de la mañana del otro día. Se levantó
y bajó hasta el río a darse un chapuzón en las límpidas aguas del Sasaima. Jugar
con la arena hacer castillos que luego destruía con sus pies; corría en todas las direcciones colocando piedras sobre piedras
y luego les apuntaba para derribarlas y cantar moñona y asestarse ganancias o derrotas. Se revolcó desnudo sobre la arena
caliente a pleno rayo de sol de medio día y se enterró en ella cubierto con capas densas hasta quedarse dormido. Ya había
caído el sol. La noche estaba llegando por entre las copas de los árboles. Se
levantó sacudiéndose la arena impregnada por todo su cuerpo y se volvió a meter dentro del río. Salió escurriendo goterones
a grandes pasos buscó sus raídas ropas tiradas por el suelo, las vistió sin secarse y con algo de preocupación levantó la
cabeza para ver qué camino tomar. A lo lejos divisó una lámpara que alumbraba un rancho no muy distante de allí. Caminó en
esa dirección y en menos de media hora llegó al portón y gritó. ¡Buenas noches!. Los perros ladraron amenazaban con morderlo.
Desde adentro una voz de mujer adulta contestó: a ver, quién es?. Espantó los
perros y lo mandó seguir. -Ángel de Dios ¿...qué hace por aquí a estas horas?. ¿De dónde
viene niño?. -De allí de donde don Darío Pinzón-. ¿Cómo se llama niño?. Jaro me llamo. ¿Cómo dice... Jairo?. ¡Si Jaro!. ¿A dónde va a estas horas?. -A trabajar a donde me den trabajo-. Pero si es apenas un niño.
-Si pero yo ya sé los oficios de una finca-. ¡No que tal tan pequeño no puede ser!. Si. ...si quiere mañana me dicen que les
hago y yo les trabajo. -Bueno hijito, de todos modos quédese esta noche aquí
y mañana vamos a ver que hacemos con usted.
Siga, ya va estar la cena para que coma y se acueste en esa estera, allá
con los obreros. Le indicó el lugar donde podía acostarse. Comió, se acostó y se quedó
profundamente dormido.
Al amanecer del otro día
se levantó con todos los obreros muy de madrugada. Pasó a desayunar y fue por el monte a buscar leña. Antes del almuerzo llegó
con una brazada de palos secos bien amarrados con bejucos y se puso diligente a acomodar palo por palo debajo de la fogonera.
La señora estaba fascinada con las habilidades del pequeño Jaro.
-¿Cómo se llama usted?,
le preguntó el pequeño a la Señora.
-Mi nombre es Paulina Mendoza.
-¡A bueno doña Paulina!,
¿qué más hago?. Almuerce y póngase a extender el café que está en el beneficiadero. -Bueno doña Paulina-. Y corrió hasta el patio donde había el grano de café y tomó el rastrillo y comenzó a revolverlo, sin esperar
hasta el almuerzo. Pronto regresó a la cocina y le dijo a la señora. Doña Paulina ya revolví el café, ¿qué más hago?. ¡Uy!,
pero que niño tan inteligente, descanse. No doña Paulina, si quiere le ayudo a terminar de hacer el almuerzo. Bueno vaya al
palo de limón y bájese unos para hacerle el fresco a los obreros. Corrió y en un santiamén estuvo trepado en el palo de limón
como un mico, pronto había llenado la mochila y la traía terciada a la cabeza. Aquí están los limones, ¿si quiere le hago
la limonada doña Paulina?.
-Pero si ya llegó mijito.
Como es de ágil esta criatura, bueno échele agua a esa vasija grande para que alcance para todos y ráspele una panela entera
y revuélvala bien. Se lavó las manos y moviéndolas como si fueran una licuadora partió muchos limones y los exprimió con sus
manos con gran habilidad, -ya está la limonada-. Pruébela doña Paulina y me dice si le gusta. -La probó- y exclamó: ¡deliciosa,
deliciosa!. Qué peladito éste. ¿Quién le enseñó a ser tan trabajador y tan ligero en todo?. Donde mis abuelitos. -¿Qué, tiene
familia por estos lados?. Sí a mis abuelitos y a mis hermanos. ¿Y eso, por qué se vino de allá?. -Yo quiero conocer el mundo-,
pero yo regreso cuando quiera, pero voy a conocer primero el mundo eso le hace
falta a uno, así dice mi abuelito Darío.
-No niño eso no se hace-,
usted está todavía muy pequeñito como para que coja camino. Bueno señora Paulina si usted no me quiere tener aquí pues no
hay problema me voy a buscar la vida a donde sea. No mijo no diga eso, usted es muy trabajador, mejor dígame cuando se quiera
ir y a dónde... y yo lo llevo. Pero primero trabaje aquí unos días para que gane para comprarle ropita y zapatos. ...Bueno
usted me dice doña Paulina nada más todo lo que tengo que hacer y eso haré, y cuando se canse conmigo claro está yo ahí mismo me voy para otra parte, no hay problema.
A doña Paulina le preocupaba
cada vez más el comportamiento extraño del menor. Tenía modales nada normales, amaba la soledad, comía como los animales yerbas
y tallos, hormigas e insectos vivos, pescado fresco sin cocinar, carne cruda, le encantaba comerse los huevos bajados de los
nidos y escupía cuanto le supiera a sal o a sazón condimentada. Ese niño no es normal pobre niño -pensó doña Paulina-. Decidió
llevárselo al pueblo para hacerlo ver del médico y pedirle consejo al cura. Aprovechó
el día de mercado y buscó la forma de averiguar por los abuelos y saber sobre la familia del niño, el nombre que le había
dicho no correspondía con el que le habían puesto, pero al pequeño lo del nombre no le importó ni le preocupó en lo mínimo,
jamás lo llamaron por Jaime o ninguno otro nombre las aves, los peces, los armadillos, los conejos ni las serpientes. Ni las
abejas de cuyas colmenas era adicto consumidor quitándoles de sus panales polen, jalea real y mieles exquisitas. Menos necesitó
un nombre para que sus mariposas lo buscaran por donde recorría con sol estrellas o luna. Empezó a autollamarse Jaro el día que llegó a casa de la señora Paulina y se sentía
a gusto cuando ella le decía Jairo y todos en esa finca le llamaron por ese nombre al que acostumbró su oído, no respondía,
jamás al de Jaime o cualquier otro.
Doña Paulina lo dispuso
todo, fiambre y alimento para el camino. Bajó ese día con Jairo al pueblo y por fortuna el niño reconoció a un viejo trabajador
de la finca de sus abuelos y se lo mostró con el dedito señalando: -Ese señor trabaja donde mis abuelitos- y de inmediato
la señora Paulina interrumpió sus compras y corrió tras el presunto obrero de don Darío y de doña Carmen. Efectivamente el
hombre reconoció al niño y se alegró al verlo. La señora Paulina de inmediato le interrogó y preguntó por los abuelitos del
niño y este los llevó hasta la carnicería donde se hallaban de compras aprovisionando todo el mercado para la semana.
El abuelito Darío tan pronto
como lo vio lo alzó estrechándolo fuertemente contra su pecho y le agradeció a la señora el haberlo recibido en su casa y
le ofreció todas las disculpas mientras que a la señora Paulina se le vio aflorar la nostalgia por las lágrimas que le salieron
y rodaron por sus mejillas. Se despidieron con honda tristeza y el niño regresó a
la casa de sus abuelos llamándose Jairo, no le gustaba que le dijeran Jaime ni otro nombre.
Una mañana después de lavarse
la cara se miró al espejo se sintió crecido responsable de su destino, imposible pasarse la vida echándole el maíz a las gallinas,
comida a los cerdos, amarrar las bestias, llevarlas a pastar, achicar los terneros o apartarlos de las vacas. Como cualquier
campesino.
Esa noche se quedó mirando
las estrellas bajo el manto tendido por la oscuridad. Una de esas estrellas soy yo, una de esas es mi madre una de esas es
mi padre y las otras son mis hermanos y hermanas, el resto de luces, es la estrella de todas las demás personas que existe
en el mundo.
-¿Cierto mamá que esas estrellas
que alumbran de noche es la estrella de la gente que está despierta y trabaja de día?. Yo quiero que me diga cuál es la mía,
quiero hacerle una cajita para meterla dentro y nadie me la vea, quiero bajarla de allá y meterla aquí en mi casa.
-Niño tonto, échese a dormir
y no diga bobadas. Ni yo soy su mamá ni Darío es su papá ni mis hijos son sus hermanos, ni puedo bajarle su estrella menos
para que la guarde como dice en una cajita de cartón para meterla aquí en la casa. Vamos para adentro y se acuesta mañana
debe levantarse temprano a cargar el agua para hacerle la comida a los puercos.
- Mamá, sí, usted es mi
mamá, no me diga cosas que no sabe.
-No soy nada para usted...
ya le dije acuéstese para que madrugue.
-No me quiero acostar hasta que no me diga que sí es mi madre.
-No soy su madre ya le dije
chinito berrietas.
-No me diga eso mamá que
me pone triste.
-Eso no es mi problema...
mejor a la cama, ya lo mandé y haga caso si no quiere que lo castigue o es que ya se acostumbró a que todas las noches debo
pegarle para que se acueste.
-Ya voy a acostarme mamá
pero no me regañe.
-Si no quiere mal trato
entonces haga caso cuando lo mande.
-Bueno, mami.
-Ya le dije que no soy su
mamá y échese a dormir con los obreros.
-Nooo... con los obreros
no. Déjeme dormir con mis hermanos.
-Ya le dije que mis hijos
no son sus hermanos. -Mocoso del carajo, con los obreros si no...
-No con los obreros noooo,
con mis hermanos.
-Cómo hago para hacerle
entender que usted es un recogido que
dejaron tirado en la calle en Bogotá, yo no lo parí. ¡Dios me libre de ser su
madre!.
-No me trate así mamá, yo
no me acuesto esta noche en ninguna parte hasta que no me diga que todo eso es mentira.
-Es la verdad. ¿-No que necesitaba saberla-?
-No es cierto mamá, le voy
a decir a mi papá para que la regañe.
-Duérmase y cállese ya no
quiero más quejambres mañana se levanta temprano y le cuenta, ya está dormido.
-No. Mami... usted sí es
mi mamá.
La lámpara que alumbraba
el pequeño rancho fue cubierta con la mano de doña Carmen. La penumbra abrazó con un espeso manto la casa. El niño abría y
cerraba los ojitos asustado buscando en lo alto a su estrella que también había perdido
de vista. -Ninguna luz en lo alto-. El techo cubría la visión que hacía tan sólo un ratito tuviera en su carita de muchacho.
Se encogió arrunchado en
un rincón de la cama haciéndose diminuto como un atado, como una pequeña esquera humana sin movimiento, los nudillos de sus
pequeñas manecillas entrelazados tomados hacían aldaba por debajo de sus muslos
pegados rodillas y barbilla. Acurrucadito como un pollito recién salido del cascarón dejaba escapar en medio del silencio
absorto pequeños gemidos y suspiros, pensativo con su mente puesta en la estrella que
le habían escondido, -su peor castigo-, esos castigos usuales de la abuela lo
torturaban demasiado. Algunas veces lo dejó afuera durante toda la noche y hasta el amanecer le abría la puerta para que entrara
a recostarse por una hora puesto que debía levantarse con todos los obreros que trabajaban desde muy temprano en la finca.
Esas noches se habían vuelto
sus aliadas para soportar el maltrato embelezado se tiraba sobre la hierba reseca mirando las estrellas entretenido y, algo
en ellas descubría que lo hacía feliz y disipaba las noches, pero en aquella noche bajo el techo la pesadez de la oscuridad
se le echaba sobre su corpiño debilucho tornándose en la más eterna de las noches y cómo no iba a ser si no podía tener junto a su cara a las estrellas.
Lo que para la abuela significaba
castigo, para el pequeño solo era dicha interminable. Se hizo amigo de las estrellas gustaba de saber que cada día terminaría
al llegar la noche y las deseaba para ver a sus estrellas, en particular las de diciembre por dejarle ver a su estrella favorita
luminosa y grande a la que esperaba cada año para saludarla, para que le hablara
como en otros años, para contarle sus pequeños problemas del tamaño del mundo entero; se había enamorado perdidamente de ella
desde que se dejó mirar tímida y distante un veinticinco después de las nueve. Al verla se le quedó para siempre grabada en
su mente, latía su tierno corazoncito de sólo pensar en ella y no podía hacer cosa distinta que extrañarla y aguardar un año
para cumplirle la cita de encontrársela, un año a la espera de aquella noche
para que apareciera sobre su carita de diablillo inocente su pretendida repleta de luz . La deseaba por todos los tunjos del
mundo, verla, sonreírle y poder contarle cuanto la abuela le hacía después de las seis de la tarde. Y es que en vedad se había
enamorado de su estrella y le daba quejas por sus malas acciones "el pretexto" para quedarse afuera y buscarla entre las otras
que traían noticias de que estaba viajando para darle de su luz a otros planetas. Trescientas sesenta y cinco noches salió
a buscarla. A sabiendas que todavía no era diciembre. Nadie sabía de esos raros
apasionamientos del muchacho. Enamorado de las estrellas aliado de las noches sabía que con ellas salían de sus escondites
chicharras, cocuyos, libélulas, cucarrones multicromos y raposas. Corría tras ellas y las capturaba para coleccionarlas por
colores y tamaños. Vistosos por demás extraños colores tropicales; ellas le tomaban
todo el tiempo en las noches de castigo. Dedicado de lleno a corretear los insectos
o tras los cocuyos por los potreros sin temerle a espantos ni a fantasmas. Los
atrapaba ingenioso y los metía en botellas transparentes y hacía grandes faros como enormes luminarias permanentes y con esas
luces atraía la presencia de raposas demasiado hermosas. Dejaba que se acercaran hasta la botella y con bolsas transparentes
las cazaba vivas con el mayor cuidado para que no desprendieran de sus alas el polvillo que les da las formas y colores sin
iguales. Cuando la abuela lo llamaba para que entrara muy de madrugada ya había retenido en sus botellas infinidad de raposas,
insectos y libélulas. Las cubría cuidadosamente y las llevaba hasta un lugar seguro donde nadie las tocara, con la luz del día la de los cocuyos desaparece y las raposas no revolotean. -Ya voy mamá- mientras las
escondía. Acataba y se acostaba. La abuela creía haberle castigado de modo brutal y todos los habitantes de la casa veían
el castigo riguroso y evitaban cometer faltas para no correr con la suerte del muchachito desobediente. Nunca nadie quiso
desobedecer por temerle a la oscuridad. Porque la oscuridad espanta a los niños y niñas. Jairito inocente ya estaba acostumbrado
a "quedarse a dormir" afuera. Cuando la abuela no lo dejaba castigado, el sereno lo reclamaba. El chiquillo ingenioso
hacía cualquier pilatuna y estaba seguro de merecerse el castigo deseado. "Dormir afuera". Sabía como conseguir otra noche
para jugársela con las raposas, los grillos y los cocuyos alumbrado por sus estrellas.
Después de levantarse tomaba
el desayuno y hacía pronto el oficio con tal de quedarse libre para ir tras las mariposas. Corría por los pastizales hasta
atraparlas dejándolas cojas, mancas o sin un ala o estropeadas como chiros viejos los rebordes de sus extremidades así en
estado lamentable entre la vida y la muerte las llevaba a escondidas y las metía en los acostumbrados frascos para que no
se le escaparan ya en cautiverio con las raposas algunas muertas otras como rehenes exhaustas del maltrato proferido en su
animosidad disminuidas. Millares de mariposas y raposas ocuparon parte de su tiempo. Nunca tuvo la preocupación de ir a la
escuela. ¡Dichoso! pues a diferencia de otros niños no le obligaron ir a cumplir esta encomienda. Tiempo valioso para coleccionar
y seleccionar sus insectos. Tomaba espinas y las clavaba a hojas grandes hasta disecarlas y las metía debajo de caramas de
ramas o bejucos naturales tratando de armarles guaridas para protegerlas del sol y del agua. Los inviernos eran frecuentes.
Sufría cuando empezaba a tronar y relampaguear presagiando lluvias. A sabiendas de qué mala noche pasarían sus insectitos empapadas o temblando de frío como esas noches en las que la abuela lo sacaba a dormir
al sereno y no salían los cocuyos ni las raposas solamente el croar de ranas y sapos amenazantes con tragárselas en hábiles
lengüetazas. Sentía por ellas el abandono y la tristeza de no encontrarle un nombre ni un lugar seguro ni una familia para
guarnecerlas para salvarlas de los batracios. Sus atrapadas mariposas necesitaban de su protección constante aunque algunas
estuvieran muertas. Por ellas hacía casitas con palitos débiles simulando el trabajo de los pájaros al fabricar sus nidos. Todos los días se fijaba si alguna había desaparecido. Nadie le prestaba importancia
a su oficio dispendioso de trabajar en los ratos libres para ellas. -Incansable en el arduo trabajo que su gusto natural le
había asignado- Coleccionar. Coleccionarlas y clasificarlas conforme le parecía era lo aconsejable, tamaños con tamaños, colores
con colores formas con formas, razonable con tal de poder controlarlas.
Después de un buen tiempo
se dio cuenta que las mariposas morían al pincharlas con las espinas para evitarles se les escaparan a volar libremente, si
tanto esfuerzo le había merecido atraparlas no se perdonaba si una sola volvía a su hábitat a elevarse sobre la copa de encumbrados
árboles. Es cruel e inhumano meterles en sus delicados cuerpos espinas solo para tener el gozo de admirarle sus formas tamaños
y colores, si, lo más hermoso de una mariposa es la pasarela que hace al ir y
venir mostrando sus hábiles movimientos, la vida en ellas es lo que vale, esa es la que le da el mayor encanto y por ese movimiento
es que se hacen más atractivas, diferentes a todos los demás insectos voladores en los campos. -Se dijo a la edad de catorce
años-, más habiéndose declarado un verdadero insecticida por tantas muertes en todos esos años, mariposidios devastadores
a su paso, un maripocida. Se propuso
desde ese día resarcir su trágico final para con las indefensas condenadas a morir sólo por haber nacido hermosas. Tomó las
que le quedaban muertas en su colección y les pidió perdón de rodillas y juró sobre su cadáver jamás volverlas a perseguir
para jactarse de tener entre sus manos toda su belleza. Comenzó a revivirlas con su pincel en sus pinturas sin perder sus
formas para que los niños las coleccionen y las admiren y las mantengan decorando sus casas, no importa que sea invierno,
que el día esté soleado si están recubiertas con resinas especiales creadas por sus manos para conservarles ese brillo que
en otro tiempo les arrebató. Su brillo y sus colores ambientan a la naturaleza sin que para admirarlas se deban atrapar, mucho menos asesinarlas.
Desde entonces el niño pinta mariposas, dibuja mariposas, crea mariposas, replica mariposas y defiende a
las mariposas con sus pinceles las decora en colecciones desde las más pequeñas les da volumen hasta volverlas gigantescas.
Ya adulto la vida lo llevó
a conocer altas personalidades y a convivir con esas gentes distinguidas de la sociedad bogotana; con ellos logró formarse un concepto generoso en las bellas artes, la pintura y las letras. Marcado su
pasado por la influencia de sus protectores Eduardo Ospina y Emile Braun magnánima pareja de encomiables valores irrepetibles
y admirables; él un ex-Cónsul, ella virtuosa mujer de descendencia francesa quienes lo acogieron como a su propio hijo desde
los doce años de edad cuando lo encontraron en la finca de su propiedad, ese fin de semana habían bajado desde Bogotá de asueto
con la familia; se interesaron en su historia y lo llevaron a su casa en Bogotá y lo internaron luego en las granjas del padre
Luna, lo apadrinaron para que recibiera la educación primaria e hicieron de él
un artista sui-géneris llevándolo donde el maestro Manzur. De él aprendió las
técnicas y las corrientes de la pintura universal. Al maestro esas dotes naturales le causaron extrañeza, le llamó profundamente
la atención esa aptitud en su pupilo para pintar. "Tienes magia en tu pincel, amigo adelante, el mundo del arte está por conocerte,
sólo hacía falta descubrirte".
Las puertas se le siguieron
abriendo, llevado por la señora Braun a trabajar en la embajada de Bélgica, luego a la casa de el Ex-Presidente Carlos LLeras Restrepo y su esposa Cecilia de
la fuente.
Jairo Camelo el pintor ecológico,
defensor de la naturaleza que con pinceladas da colorido a los espacios más obscuros capaz de transformar la noche en día
con sus pinceladas de añoranzas y recuerdos, con él, la naturaleza cobra toda
su belleza y esplendor perdidas. Cada mariposa tiene un valor infinito y cada
momento en su vida un trago agridulce por estar marcado su destino con esa estrella que lo alumbra desde que Dios lo trajo
al mundo, en esas noches de abandono, en esas otras de castigo; sus aliadas las más negras de las noches. Con la penumbra
aprendió que la luz se esconde en los ojos diminutos de un cocuyo.
Experimentó esa luz existe
en medio de la bruma
del
mar cuando viajó al auspicio de sus protectores a Santa Martha. Sin perderle el rastro a la ilusión para ir a encontrarse
con su estrella, por tener sus ojos puestos en ella, sin dejar obnubilada la
visión para descubrir en lo más alto a su estrella como un brocado inolvidable y traerla hasta la casa para guardarla en una
diminuta cajita de cartón donde no la encuentre la abuela putativa. Para que le alumbre el camino a ella, para que por fin
la vea. Ser capaz de bajar la luz de lo infinitamente distante para mostrarla en las noches de raposas, de cocuyos y libélulas,
jamás se esconde una estrella cuando un niño la observa.
FIN